domingo, 7 de marzo de 2010

El arbitrio, los árbitros y lo arbitrario

En nuestra América (y aclaro que me refiero al continente y en concreto al espacio cultural latinoamericano, y no al equipo de futbol, aunque este post tenga que ver con el futbol; en caso de aludir a la escuadra deportiva le llamaría mi América); en nuestra América, decía, el tema de nuestras relaciones con la autoridad ocupa varios capítulos de un psicoanálisis necesario. Rechazamos la autoridad por default: sea ésta burocrática, tradicional o carismática (aunque esta última nos resulta sin duda más admisible, entre las categorías clasificadas por Max Weber).

Pensé en esto en un debate televisivo en el que participé la semana pasada; los invitados eran árbitros y ex-árbitros del futbol mexicano. Después de años de maldecirlos cuando pierdo e ignorarlos cuando gano, conocí de cerca a estos peculiares hombres que, ante todo, manifiestan una fuerte y peculiar afición por el futbol -si bien este sentimiento no está del todo exento de las pequeñas delicias que ofrece cualquier coto de poder. Al escuchar sus narrativas vitales y profesionales, me convencí de que el destino de los nazarenos (llamados así precisamente por su vocación a ser crucificados) es el de intentar ser autoridad en un espacio cultural en el que la autoridad será siempre el chivo expiatorio.

"El árbitro es arbitrario por definición", dice el uruguayo Eduardo Galeano. Lo cité frente a los árbitros y me reclamaron mi injusticia; evadí el bulto diciendo que ambas palabras, al final, vienen de arbiter, y la raíz es la misma que la de arbitrio: no les digo "arbitrarios" por injustos, aclaré, sino porque su trabajo implica libertad y capacidad de decisión. No fue necesario decidir entre el libero arbitrio de Agustín o el servo arbitrio de Lutero: me creyeron. Definitivamente me entiendo mejor con ellos en el set que en la cancha, donde siempre que me dirijo a ellos -respetuosamente, por supuesto- me amonestan o expulsan.

El debate discurrió primordialmente sobre la poca comprensión que existe para la tarea de los silbantes. Pienso que en América se comprende poco qué significa "autoridad": auctoritas viene de augere: hacer crecer. No vemos a la autoridad como al autor del crecimiento. En ello, no tienen poca culpa nuestras autoridades.


Fuerza, Chile.

1 comentario:

  1. Cómo alumno de la clase “PODER, GOBIERNO Y AUTORIDAD” impartida por la profesora M. Herrero y esperando no cometer errores de interpretación, destaco las proposiciones sobre el poder de Alvaro D`Ors.
    Una de las 12 proposiciones dice: “El reconocimiento social del poder depende de la convicción expresada por un saber socialmente reconocido que se llama autoridad.”

    La autoridad es el elemento de conocimiento que apoya el reconocimiento de un poder. Así la profesora Herrero destaca que existen 3 pilares sobre los que ha reposado la autoridad a lo largo de la historia: En el mundo antiguo, eran los sabios, los oráculos y los jueces; en el mundo romano, los magistrados (potestas) y los jurisconsultos (autoritas, jueces); en la actualidad la autoritas descansa en la opinión pública y la comunidad científica. En el mundo cristiano lo ha hecho la Iglesia. La autoridad es lo que la sociedad reconoce como saber.

    Comparto estas reflexiones del curso porque, Quizá es por ello, que en América Latina nos cuesta trabajo reconocer a la autoridad.

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