Leo el siguiente artículo del Wall Street Journal en español: La ayuda internacional y la corrupción en El Salvador. Confieso que soy propenso a cierto escepticismo (del sano) y por tanto la noticia no me sorprende. No es en vano que en El Salvador el gobierno sea también conocido como el güebierno, del salvadoreñismo güebiar o webiar (según los gustos gráficos), que en ambos casos viene a significar robar.
Este deporte nacional practicado con tanto ahínco por nuestros queridos políticos es un secreto a voces. Ojo, con esto no vengo a decir que no haya políticos honestos. Conozco alguno que otro. Pero la verdad sigue siendo la misma: ¿cómo demonios es posible que un país que recibe tantas ayudas por parte de España, Taiwán, Japón, Estados Unidos y una gran gama de otros países no vaya despuntando? Va más bien a peor...
Me gustaría defender la siguiente tesis: los políticos de nuestro país son expertos en hacer promesas, pero son bastante mediocres en cumplirlas. Cosa obvia, dirán algunos, pero esperén al diagnóstico final, que tal vez pueda aplicarse a otros sitios de latinoamérica.
Para ganar, nuestros señores de traje saben que basta con que anden clamando, con estupor y pompa, por un futuro mejor. Nosotros nos tragaremos esas mentiras gustosamente y luego durante cinco años sólo tendremos el triste consuelo de quejarnos. Somos demasiado idealistas (de los malos) a la hora de tomar decisiones. Vivimos demasiado en un futuro idílico. Nos sobran soñadores y nos faltan técnicos, personas que vivan el presente y no se queden en meras ensoñaciones.
Nos falta, en definitiva, un poco más de escepticismo (del sano) a la hora de tomar nuestras decisiones políticas. Tenemos que comprobar que cuando nos prometen la Luna es porque tienen una nave para llegar a ella. Si no, no podremos ni siquiera quejarnos porque, secretamente, no hacemos más que cumplir los roles de una tragedia en la que cada uno conoce ya sus papeles: los astutos políticos el de engañar mediante demagogia, y el borreguil pueblo el de tragarse sus sofismas con delectación.
Este deporte nacional practicado con tanto ahínco por nuestros queridos políticos es un secreto a voces. Ojo, con esto no vengo a decir que no haya políticos honestos. Conozco alguno que otro. Pero la verdad sigue siendo la misma: ¿cómo demonios es posible que un país que recibe tantas ayudas por parte de España, Taiwán, Japón, Estados Unidos y una gran gama de otros países no vaya despuntando? Va más bien a peor...
Me gustaría defender la siguiente tesis: los políticos de nuestro país son expertos en hacer promesas, pero son bastante mediocres en cumplirlas. Cosa obvia, dirán algunos, pero esperén al diagnóstico final, que tal vez pueda aplicarse a otros sitios de latinoamérica.
Para ganar, nuestros señores de traje saben que basta con que anden clamando, con estupor y pompa, por un futuro mejor. Nosotros nos tragaremos esas mentiras gustosamente y luego durante cinco años sólo tendremos el triste consuelo de quejarnos. Somos demasiado idealistas (de los malos) a la hora de tomar decisiones. Vivimos demasiado en un futuro idílico. Nos sobran soñadores y nos faltan técnicos, personas que vivan el presente y no se queden en meras ensoñaciones.
Nos falta, en definitiva, un poco más de escepticismo (del sano) a la hora de tomar nuestras decisiones políticas. Tenemos que comprobar que cuando nos prometen la Luna es porque tienen una nave para llegar a ella. Si no, no podremos ni siquiera quejarnos porque, secretamente, no hacemos más que cumplir los roles de una tragedia en la que cada uno conoce ya sus papeles: los astutos políticos el de engañar mediante demagogia, y el borreguil pueblo el de tragarse sus sofismas con delectación.
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