Como supongo que ocurrirá con cualquier estancia en un lugar, la historia en Pamplona puede ser contada, en efecto, objetiva o subjetivamente. Para evitar la jerga pseudo-filosófica, digamos, mejor –con jerga misticoide–, que puede ser contada una historia exterior y una "interior".
En cualquier caso, para que Pamplona "entre" y se genere historia interior, debe pasar tiempo. Una estancia de seis meses, por ejemplo, no daría margen para ello: la historia se reduciría a mera narración de peripecias –a grandes rasgos, las mismas para todos–: paraguas vencidos, caña en el Bar Iruña, viaje a San Sebastián y la errática e inconstante nieve invernal –la cual constituye, por lo demás, una experiencia primeriza para más de un americano–. (A ello habría que añadir ahora las cenas de la comunidad mexicana o americana en la taquería, instalación nueva e inexistente en la Pamplona que yo conocí tantos años). El frenesí viajero (y cañero) de los visitantes de intercambios semestrales es un buen ejemplo de cómo la necesidad de "crear" historia exterior impide generar la otra.
Cuando sabes que vas a estar ahí indefinidamente, o tienes fecha de regreso en tres años, ves las cosas de otra manera. Entonces dejas de ser un visitante acelerado y te vas empastando con la vida pamplonesa, aunque sin perder la actitud contemplativa –más bien, refinándola y madurándola–.
Lo cual no quita las cañas en el Iruña o, mejor, en la Navarrería (aunque pueda estar de acuerdo con Newman, solía agradecer un poco de ambiente extra-universitario los fines de semana...): sólo les da un nuevo sentido y, por ello, felicidad siempre fresca. Pueden ser las mismas pero no aburren, pues lo que buscas no es ya experiencias "nuevas" –que comoquiera las tienes, pero sin atolondramiento y a sus tiempos–, sino el gozo habitual de las cañas con los amigos.
¡Salud!
vic
sábado, 21 de agosto de 2010
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To-tal-men-te de acuerdo, Coach.
ResponderEliminarLas francachelas y los amigos son la encarnación, la vitalidad, de lo que de otra manera serían puras teorías. Si no hay una verdadera búsqueda conjunta, y amistades reales, la universidad no pasaría de una cajonera de estudiosos. Sería todo irreal.